El día 15 de abril de 2009, Manuel Martínez Forega sufre un cólico nefrítico. Tras varias pruebas médicas (radiografía, ecografía, urografía…) se confirma el diagnóstico: Litiasis. La imagen que ofrecían las placas urográficas eran las de una piedrecita en forma de corazón alojada en el uréter. Ya en casa, con la baja médica, los días sucesivos sufrió hasta cinco cólicos nefríticos. A partir del segundo, pensó que quizá podría abstraerme del suplicio escribiendo. Tal vez ―como dijera Paul Valéry― podría de ese modo interpretar semejante dolor como pura música. La música fue espantosa y escribiendo la tortura no se atenuaba significativamente. Pudo, no obstante, enlazar unos doscientos versos aproximadamente en que la cadencia de la escritura semejaba la técnica automática, una suerte de dictado eutrapélico en su sentido más moderado (es decir, una escritura ocurrente) que en ningún caso se sujetaba a la razón, sino que se dejaba ir por las veredas insondables del subconsciente rescatando un qué sé yo del almacén criptomnésico. Después, todo fue más fácil. Pensó que si durante aquellos cuatro cólicos nefríticos pudo construir un discurso anómalo desde el punto de vista racional, podría, desde la razón, continuar escribiendo tamaña anomalía con plena consciencia.
Litiasis es el resultado de aquella primera movilización inconsciente unida a la posterior reparación y ampliación cerebral.
