En Hay un ciego bailando en el andén, Alejandro Céspedes establece un diálogo con su infancia, deteniéndose en el recuento del camino recorrido, y estableciendo un diálogo entre pasado y presente, entre el adulto aherrojado y la ya lejana libertad del niño que fue.
En palabras de Amelia Valcárcel, “El primer poema es espléndido, es una elegía bien construida, se llora por uno mismo porque no se puede alcanzar al niño que fue, no hay retorno hacia las cosas, la muerte existe, la caducidad existe, se llora muy bien en el libro porque se hace con orden y concierto, con una gran fuerza y excelente retórica poética”.
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