Demostrando su versatilidad, en mi Padre, el rey, Gsús Bonilla utiliza un registro distinto al que esgrime habitualmente. Un poemario atravesado por el amor y el desamparo, que constituye un emotivo homenaje al padre del poeta, del “yo poético”, que constituye el eje de la obra. Una obra que no busca el grito, sino la cercanía, la calidez que posibilita una expresión lírica no hiperbólica lejana al desgarro. (Alberto García-Teresa en La República Cultural).
En «mi Padre, el rey» (La Baragaña, 2012), nos encontramos otra rosca de tornillo en lo que conforma a día de hoy su obra, sin abandonar su ideario, que le viene acompañando en su poesía, Gsús Bonilla ofrece al lector el resultado de una excavación. Escarba en lo más profundo de lo propio como un nuevo terreno para recuperar un tiempo perdido; encontrando, más allá de la piel, el tesoro negro de la memoria, otros sentimientos y la muerte con su desajuste emocional, en definitiva más injusticia pero con otros ropajes: La palabra como homenaje y tributo, un solo poema como manifestación del dolor. Bonilla es un poeta que domina lo conceptual y cuenta con un sentido rítmico progresivo, un hombre que por decantación y, mediante una labor de arel y tijera, consigue relámpagos de verdad como panes y peces, belleza desnuda, sencilla y casi nunca alegre (Batania en el prólogo de la primera edición).